La comedia «Pride» (2014) me dio a conocer la librería londinense Gay´s The Word, que poco después visité con curiosidad, espoleado por un amigo muy asiduo de establecimientos similares en Madrid. Allí ojeé volúmenes de autores vagamente familiares como Isherwood, y decidí adquirir éste por su título recóndito y, todo sea dicho, bastante arrogante: «Homintern. How Gay Culture Liberated the Modern World». ¿Por qué habría la cultura gay -si tal cosa existe- de liberar el mundo moderno?
Si la palabra commintern alude a la supuesta conspiración comunista derivada de la Primera Internacional y los movimientos obreros subsiguientes, el poeta y activista pro-derechos egipcio-británico Gregory Woods alude irónicamente a la sospecha de una internacional homosexual con la palabra homintern, una idea que reflejan tanto los escritos de personas concretas como las actuaciones de varios gobiernos a lo largo del siglo pasado. Una conspiración que, merced a la condición de judíos de prominentes sexólogos y psicoanalistas, pioneros en el estudio de la homosexualidad, adquirió tintes peligrosos durante el auge del antisemitismo a comienzos del siglo XX y que, debido al secretismo del «armario», entendido como una sociedad homosexual paralela a la sociedad común, llevó a la paranoia durante la Guerra Fría.
El libro cubre aproximadamente un siglo, desde la década de 1870 a la de 1970. Su comienzo coincide, pues, con el desarrollo del psicoanálisis y el estudio de la sexualidad. En aquella época, los estudiosos categorizaron los comportamientos sexuales, incluyendo los homosexuales, de manera extensiva. Esta práctica es común a otras muchas ciencias. Aunque la mayoría de los neologismos se han olvidado con el tiempo, uno de ellos se perpetuó: «homosexual». Años más tarde y únicamente por oposición, aparecería otro: «heterosexual». El autor arguye que, antes de esta época, la homosexualidad era conocida y tratada, muchas veces, de manera benévola en altas esferas de la sociedad, y desconocida en las bajas; simplemente, era algo impensable, cosa que continuó sucediendo con el lesbianismo hasta bien entrado el siglo XX. Razona después que en las sociedades clasistas y rígidas del norte de Europa, esta riqueza de nomenclaturas permitió a la prensa de finales del XIX referirse a diversos escándalos sexuales con palabras precisas, como por ejemplo el de Oscar Wilde, lo cual visibilizó la homosexualidad asociándola a la perversión y la barbarie. Este argumento le sirve a Woods para justificar que los homosexuales encontraron refugio allí donde mejor se les aceptaba: las artes. De esta manera, la proporción de homosexuales en la danza, la pintura, la escritura, la poesía, el teatro y el cine en el arte vanguardista del siglo XX es -según Woods- incontestablemente más alta de lo que correspondería al porcentaje real de la población homosexual, en un periodo de gran influencia cultural que ha dado forma a los cánones culturales modernos. Muchos de ellos expresaron en su obra artística los tabúes de la sociedad en la que vivían y contribuyeron a «liberar» la sociedad en su conjunto. Por contra, la revolución sexual de los sesenta parece mermar esta preponderancia, precisamente por el aceptamiento gradual de la homosexualidad, ya que los gais y lesbianas son capaces de vivir su sexualidad abiertamente y tienen una necesidad menor de encontrar refugios en entornos tolerantes como los que ofrecen las artes.
Paralelamente se abren varios argumentos que completementan y rivalizan con el principal. Primero, la migración de personas homosexuales desde las sociedades donde la homosexualidad estaba criminalizada hacia el Mediterráneo, donde las leyes basadas en el código legislativo napoleónico la permitía en cierto grado, lo cual contribuyó al internacionalismo de gais y lesbianas y, por ende, a mayores interacciones culturales. Woods describe, extensamente y con puntos de vista amplios y contrarios, siempre a través de visiones personales -fragmentos de novelas, cartas, discursos, biografías-, el Berlín, prebélico, el París de entreguerras, el «paraíso» homosexual de Capri -paraíso, únicamente, para los no italianos-, el Tánger del condominio internacional y el Nueva York de los ´50 y ´60; todos ellos mecas homosexuales durante el siglo largo del que se ocupa su libro. Otro gran tema es el de la homofobia e, interesantemente, el de puntos de vista de la comunidad homosexual que, según la lucha por los derechos avanza, las nuevas generaciones van considerando homófobos.
Quizá el libro falla en que esta síntesis es posible únicamente cuando el libro está muy avanzado, La mayor parte es un compendio de citas y anécdotas, una investigación más que un ensayo, densa y profusa en detalles. A veces tuve la impresión de estar leyendo un conjunto enorme de chismorreos, digno de la mejor revista del corazón; eso sí, deliciosamente escrito.
Algunas de esas anécdotas individuales me han proporcionado, sin embargo, los mejores momentos de la lectura. Me ha sorprendido ver las relaciones artísticas en el París de las vanguardias, entre artistas homosexuales y heterosexuales, cultivadas gracias a los salones gais y lésbicos de Gertrude Stein y otros; he aprendido por fin qué es eso de los balets rusos y la enorme influencia mundial que alcanzaron; me he interesado por la historia de la librería parisina de Shakespeare and Co., que visité, ignorante de su existencia, algunos años atrás, y por la de su librera; he aprendido por qué Berlín se ganó su fama sexual; y he entrevisto por qué Hollywood ha sido hasta hace poco, pese al libertinaje de sus habitantes y trabajadores, un lugar donde las historias siguen el mismo patrón clasista y homogéneo.
Incapaz de resumir este libro de forma más breve, soy también incapaz de finalizar con una recomendación. Es un libro interesante y necesario, también denso y anecdótico. Nunca lo habría dejado de leer y, sin embargo, sólo el confinamiento al que nos somete la pandemia me ha obligado a terminarlo. ¿Es prescindible o imprescindible? Ese juicio se lo dejo a otros lectores.
escrito en inglés | leído en inglés
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