Mi primer contacto con la poesía de Lanseros fue en 2011, al leer sus poemas antologados en «Poesía ante la incertidumbre», libro que se me antoja definitorio en mi gusto poético. Pese a gustarme, apenas volví a leer nada suyo durante una década larga. En 2022 compré este libro en Madrid en lo que supuso una decisión ardua, ya que había varios que quería comprar y tenía espacio limitado en la maleta. Ilu Ros me ayudó a decidirme con el viejo método de uno, dos, tres, éste; y Lanseros se vino a casa. Dos meses después Orlando Mondragón, viéndolo en mi biblioteca, le sacó una foto allí, junto a otros -creo- de Rumi, Kuzmin, Mishima, Attar, Kennedy Toole, Luque y Vitale, y se la envió a Raquel que, muy humildemente, halagó mi gusto literario. Oye, se agradece.
Me gusta contar anéctodas que me ocurren en torno a los libros porque leer es una suerte de palacio mnemónico, una herramienta que me ayuda a recordar qué me ocurría y en qué pensaba cuando compraba o leía un libro determinado, pero basta de anécdotas por ahora.
Raquel Lanseros es, por supuesto, una poeta muy conocida y premiada en España, y este libro reúne todos sus anteriores y algunos poemas publicados en otro medios e inéditos. Es una poeta con conciencia histórica, culta, hunilde, anglófila, fundamentalmente narrativa, y con una visión de la forma que, sin ser rompedora, parece buscar alejarse de la norma sin abandonarla del todo; de ahí sus versos partidos y su negación a las comas al final de los mismos, manierismos que, he de decir, no me convencen del todo. Aunque escribe frases lapidarias, sus mejores poemas carecen de ellas y buscan un sentido de conjunto íntimo —y esto es, en mi opinión, un acierto.
Y sin más, algunos versos que me han gustado especialmente:
– La duda / es el siniesto premio que se obtiene / por mirar atrás.
– yo no tengo / más que (…) / una nostalgia inmensa como un pez en un charco.
– Pero ya no lo ama. // Dicen que es el efecto inexorable / del tiempo sobre todo / lo que un día fue absoluto.
– Así que fui creciendo en la creencia / de la felicidad de los adultos, / en su papel callado de adoquines diversos, / cada uno sustentando con su esfuerzo / un trozo desigual de pavimento. // Una vez conocí / un hombre que dejó (…) / su agujero caliente de adoquín satisfecho.
– cuando los quinceañeros / aprenden en las sombras de los parques / la diferencia entre cóncavo y convexo.
– y mira las caritas afanándose / en recordar las tildes de las palabras llanas.
– Vencerás y también serás vencida, / (…) / y al cabo tú serás quien hoy te habla / (…) / Iguales además a esa tercera / que seremos un día de sienes plateadas, / derramando las tres las mismas lágrimas, / (…) / en tiempos diferentes, en respuesta / a tres hombres distintos pero iguales.
– Duele el dolor, decías, pero si uno es valiente / las pequeñas espinas son pequeñas
– Nadie te consultó sobre el principio. / Nada habrás de decir sobre el final.
– vivir es también estar a la deriva.
escrito en español | leído en español
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