Este cuaderno de bitácora tiene una sección prácticamente vacía dedicada al teatro. Si bien creo firmememente que la dramaturgia contiene valores inherentes a su lectura, lo suyo es ver las obras en escena. Hasta hace unos dos años podía contar con los dedos las obras de teatro que había visto. Todo eso cambió más o menos de repente y ahora, de media, veo representar una obra a la semana. No le hago ascos a casi nada: obras clásicas, versionadas y modernas; teatro de masas y alternativo; conceptos tradicionales, espectáculos, conciertos con lectura teatralizada, musicales, fusiones de teatro con medios audiovisuales; salas de teatros de concepción clásica, modernas y actuaciones al aire libre. Sobre los escenarios teatrales escucho también música clásica, opereta y ópera. Casi todo en Londres, la ciudad donde he descubierto el teatro. Y casi todo en inglés, aunque también obras sueltas en español y alemán. He decidido recordar algunas de las obras que he visto en los últimos dos años y plasmar aquí mis impresiones. Porque hay obras que no debería olvidar.
Si tuviera que elegir una obra, una sola, que haya tocado todas mis fibras, creo que ésa sería The Inheritance (Part I), la primera parte de una monumental obra escrita por Matthew López y dirigida por Stephen Daldry basada en la novela «Howards End» de E. M. Forster, escritor al que todavía no he tenido el gusto de leer. Arrolladora, chocante, profunda, superficial, actual y morbosa, la obra comienza con una suerte de clase en que unos chicos aprenden a escribir. El posible tema de sus escritos lleva a la comparación entre el mundo que hoy se han formado los hombres homosexuales y aquél que vivió la generación anterior en los tiempos de la rápida y letal expansión del sida. La obra es, simplemente, perfecta: la actuación de los personajes, el tema, el desarrollo, los cambios de ritmo, las reflexiones, los chistes; todo. Tres horas más media de descanso que se hacen cortas. Hablando de cambios de ritmo, siempre recordaré aquella escena en que uno de los personajes, apenas un niño, relata su experiencia en un cuarto oscuro de Praga. La escena, que rompe con el tono jocoso anterior, se vuelve misteriosa; después, sensual e incluso sexual, y sospecho que muchos de los allí presentes sintieron ganas de estar en otra parte; después, de repente, el horror. Un horror que paraliza y provoca un sudor frío. Me pareció increíble que tal cantidad de sensaciones intensas pudiera condensarse en apenas unos minutos. Tuve la suerte de ver esta obra en las sesiones previas a su estreno oficial en el Young Vic, el día en que está presente la prensa. Después de eso, lleno total y traslado al West End.
Hay, claro, otras muchas obras que me han causado gran impresión. Ahí está Trainspotting, la obra basada en la novela de Irvine Welsh cuya historia, emplazada en el Edimburgo de los años ’80, cuando la adicción a la heroína era un problema de primer orden, es sencillamente brutal. Su trabajosa interpretación para todos aquellos que no estamos familiarizados con el dialecto scots no es dificultad para disfrutar del humor hilarante de su primera parte y de la brutalidad absoluta de su segunda mitad. Y ahí reside la fuerza de esta obra, en el horror y la violencia, en no creer que lo que estás viendo sea posible y en empezar a creer que no se trata de una simple actuación sino de algo real que sucede delante de tus ojos, apenas a unos palmos de distancia. Ahí entra la magia de un teatro recogido y próximo, The Vaults, con su escena central y alargada, y de una puesta en escena que interactúa groseramente con los asistentes.
Hablando de teatros alargados y pequeños y de obras donde el horror y la pena juegan un papel principal, un clásico: Mother Courage and Her Children, la cumbre del drama alemán escrita por Bertolt Brecht, interpretada en el Southwark Playhouse. Madre Coraje, siempre en movimiento, trata de sobrevivir en esa Polonia devastada por la Segunda Guerra Mundial. Sirviéndose del contrabando y de sus malas artes, porque todo vale para sobrevivir, trata de salvar a sus tres hijos. Arrastra sus pertenencias en un carro, aquél que se convirtió en el símbolo del éxodo germano poco después. Ella logra salvarse mientras sus hijos corren suertes diversas. Este largo alegato antibelicista es difícil de disfrutar. Mantiene alerta y causa lástima.
Cambiando de tercio, una de las obras más originales que he visto ha sido Our Great Tchaikovsky, en The Other Palace. Hershey Felder, único personaje sobre el escenario, hace las veces de narrador y personaje principal. Pianista, repasa los episodios más notables de la biografía del compositor a la vez que interpreta extractos de las piezas que compuso en esos momentos de su vida. La música y las palabras casan a la perfección y, de pronto, en la música de Tchaikovsky cobran sentido sus avatares y sentimientos. Las ganas de superación, la petulancia, el hastío, la homosexualidad forzosamente oculta, el amor, la fama; todo está en su música.
Otra pequeña gran obra: Midnight, un musical casi inverosímil representado en el Union Theatre. Adoro este teatro, pequeñísimo, casi íntimo, donde la obra sucede prácticamente ante tus narices y casi solamente para ti. Las obras que aquí he visto me han parecido buenas todas, aunque ésta se ha llevado la palma. En la Nochevieja de 1937, una pareja del Azerbayán soviético se dispone a celebrar la entrada en el año nuevo cuando llaman a la puerta. Alguien ha caído por la ventana poco antes y un agente de la NKVD, la policía secreta de Stalin, se persona y pregunta a la pareja si puede descansar un momento en su piso. Lúgubre e ingeniosa, la obra me pareció un auténtico tesoro oculto. Lo mejor, la actuación. Cuatro actores que actúan, cantan, bailan y tocan instrumentos clásicos, todo a la vez y como si fuera lo más natural del mundo.
Esta entrada es ya más larga de lo que había previsto y hay todavía varias obras en el tintero de las que merece la pena acordarse. Volveré con más en una segunda parte.
producido en inglés, alemán | visto en inglés
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